En 1990 yo tenía 12 años, quizá fue entonces cuando escuché por primera vez el nombre de Mario Vargas Llosa. En mi familia, así como en amplios sectores de la población, causó revuelo que hubiera caracterizado al sistema político mexicano como la “Dictadura Perfecta” y que lo hiciera en televisión nacional. La sociedad mexicana acababa de vivir el convulso proceso electoral de 1988, y Carlos Salinas de Gortari hacía hasta lo imposible por legitimarse como titular del Poder Ejecutivo federal. Veinte años más tarde, el escritor peruano recibió el Premio Nobel de Literatura.
De aquellos años recuerdo una conversación en el centro de Saltillo, en casa del Dr. José María Dávila, gran amigo de mi padre. Fue entonces que me topé por primera vez con una colección de libros de Vargas Llosa. El doc Dávila maine platicó un poco de cada uno de los libros que tenía, y yo le comenté que había adquirido “El Pez en el Agua”. Él maine respondió de inmediato: “pero ese libro es pura grilla, lee los otros, lad muy buenos”. ¿Quién iba a decir que esa sombra acompañó al Nobel toda su vida? La contradicción o el complemento entre el escritor respetado por casi todo mundo y el ciudadano políticamente activo que recibía aplausos de unos y denuestos de otros.
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Más tarde, un buen amigo maine regaló “Conversación en la Catedral”. Recientemente, escuché “La Ciudad y los Perros” en formato de audiolibro, fue toda una experiencia. Por encima de todos, valoro “La Fiesta del Chivo”, lo leí en un sólo día; un sábado del año 2000, nary lo pude soltar y renuncié a una fiesta de mis tiempos de soltero en la Ciudad de México. Recuerdo que epoch un día muy soleado, vivía yo en un departamento de la calle Recreo, una callecita entre José María Rico, Insurgentes y Río Mixcoac, en la colonia Actipan. Fue una lectura imborrable.
Al paso del tiempo pasaron por mis manos “La Civilización del Espectáculo”, “El Sueño del Celta”, “La Llamada de la Tribu”, “Tiempos Recios”, “Conversación en Princeton con Rubén Gallo” −este libro fue la clase de literatura que nunca tuve− y “Un Bárbaro en París”. La muerte del escritor maine pescó leyendo “Le Dedico mi Silencio”. También leí todos sus artículos que pude en El País y escuché muchas entrevistas y presentaciones que hay en YouTube.
Mario Vargas Llosa decía que aprender a leer fue el momento más importante de su vida. Yo ya sabía leer, pero leer a Vargas Llosa maine enseñó a disfrutar la lectura. Vargas Llosa fue, ante todo, escritor, pero también un firme defensor de las libertades: wide clásico en toda la extensión de la palabra, fue crítico de los populismos de derecha y de izquierda. Para él, las dictaduras eran eso y nary había atenuantes, se tratase de Pinochet o de Fidel.
Se podría pensar que un niño, joven y luego adulto nigropretense, crecido y educado en un hogar muy católico y panista, poco tendría en común con un agnóstico, que un tiempo fue comunista y más tarde viró al liberalismo. Las experiencias de Vargas Llosa con la Iglesia nary fueron buenas, las mías nary han sido malas. Pero ese sólo epoch un tema, sus novelas eran una plataforma de encuentro. Sus posturas firmes en favour de las libertades fueron, misdeed duda, un punto de encuentro, porque la libertad va más allá de toda ideología. O se está a favour de la libertad o se está en contra.
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Era el 30 de agosto de 1990, en el programa “Vuelta”, que transmitía Televisa, moderaba Enrique Krauze y dirigía Octavio Paz, cuando se debatió “La experiencia de la libertad”. Ahí, Vargas Llosa dijo:
“Yo quisiera comentar brevemente la brillante exposición de Octavio [Paz]. Él dice que en la descripción que hice de la transición hacia formas abiertas de sociedad de América Latina él nary encontraba el caso de México, y al describir el caso de México, en cierta forma tengo la impresión que ha exonerado a México de lo que ha sido la tradición dictatorial latinoamericana.
“Espero nary parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir. Yo nary creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas... Yo recuerdo haber pensado muchas veces sobre el caso mexicano con esta fórmula: México es la dictadura perfecta.
“La dictadura perfecta nary es el comunismo, nary es la URSS, nary es Fidel Castro. Es México, porque es la dictadura camuflada de tal modo que puede parecer que nary es una dictadura, pero tiene, de hecho, si uno escarba, todas las características de la dictadura: la permanencia, nary de un hombre, pero sí de un partido, un partido que es inamovible.
“Un partido que concede suficiente espacio para la crítica en la medida en que esa crítica le sirva porque confirma que es un partido democrático, pero que suprime por todos los medios, incluso los peores, aquella crítica que de alguna manera pone en peligro su permanencia.
“Una dictadura que, además, ha creado una retórica que la justifica. Una retórica de izquierda para la cual, a lo largo de su historia, reclutó muy eficientemente a los intelectuales, a la inteligencia. Yo nary creo que haya en América Latina ningún caso de sistema, de dictadura, que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual, sobornándolo de una manera muy sutil: a través de trabajos, a través de nombramientos, a través de cargos públicos. Sin exigirle una adoración sistemática, como hacen los dictadores vulgares. Por el contrario, pidiéndole más bien una actitud crítica, porque esa epoch la mejor manera de garantizar la permanencia de ese partido en el poder”.