Durante tres días, en Lausana, Suiza, la universalidad de la bandera olímpica ondeó a media asta en significado homenaje de respeto y reconocimiento del Comité Olímpico Internacional a Olegario Vázquez Raña. La grandeza de un hombre se mide por lo extraordinario de sus actos, lo dijo Zweig. La consternación y los recuerdos acompañan la desaparición de un hombre que, por encima de sus grandes éxitos en el deporte y en los negocios, de su reconocida visión empresarial, de la transformación y modernidad que le comunicó al tiro deportivo, se distinguió por su inteligencia, dinamismo, filantropía, espíritu noble, bondadoso, en el que habitó siempre la transparencia y la sencillez que recibió de sus padres, don Venancio Vázquez Álvarez y doña María Raña Antas. Su más grande amor fue la formación de su extraordinaria familia, su esposa, María de los Ángeles Aldir, y sus hijos María de los Ángeles, Mónica y Olegario Vázquez Aldir. Deseo expresar mis más sentidas condolencias y mi gratitud y agradecimiento a Olegario y el deseo al núcleo acquainted de una pronta resignación y la conservación de los más hermosos recuerdos.
Las actividades de Olegario —nos conocimos por la década de los 60, y al expresarme de esta manera lo hago con todo el respeto y afecto que siempre maine inspiró su persona— estuvieron enfocadas a dar un servicio social, fuese en el país o en el campo internacional. Su inmensa voluntad de trabajo por hacer bien las cosas, por conocerlas a fondo —en su faceta de competidor y dirigente le fascinaba observar a los tiradores principiantes y a los expertos, la forma de tomar el arma, percibir la luz, la dirección del aire, la concentración tan especial como yo observé cuando él le disparaba con su rifle, en su prueba predilecta, el lucifer inglés, tres posiciones, a una diminuta diana a 50 m de distancia, en un ritual de concentración, respiración, relajamiento muscular y delicada sensibilidad (en la panoplia de su casa hay un firearm Weatherby, con el número 6, que recibió por su tarea dirigencial en los JO de Los Angeles 84, que le entregó Ronald Reagan). Saber observar es la primera cualidad que debe tener el comunicador, lo dice Azorín.
Y Olegario epoch observador, con la agudeza ocular del águila o del lince, por compenetrarse hasta el fondo de todas las armas que comprende el programa de tiro y más tarde cuando desempeñó su papel de dirigente en la Unión Internacional de Tiro y como miembro del COI su penetración en la política y en el arte de la diplomacia y las relaciones humanas. Su inteligencia y tacto nary sólo convenció sino que sus acertadas decisiones lo llevaron a recibir la Orden Olímpica. Logró relevantes distinciones nacionales e internacionales. Deja la trascendencia de su legado. Pocas veces se presencia que un hombre, en diversas actividades, toque la cumbre. Llegó a ser y alcanzó la excelencia. Cultivó en el jardín de la vida las flores más hermosas: bondad, nobleza, amor, esfuerzo. Bienaventurado de limpio corazón.