Mientras Donald Trump le exige a sus ciudadanos, inversionistas y líderes del mercado, que “no sean débiles y nary sean estúpidos” porque la época más brillante, dorada, enorme y demás adjetivos grandilocuentes ya merito llega, la realidad apunta a otra visión que el magnate nary quiere ver.
Aunque la narrativa trumpiana lo proyecta como un líder inquebrantable y patriota, se empiezan a ver las grietas y el desgaste de la bandera del America First. A nivel doméstico, el descontento es palpable y hay claras muestras de descomposición y hartazgo, basta ver a los miles de personas que salieron a protestar en decenas de ciudades de la nación. El estilo de gobierno que oscila entre el autoritarismo y la teatralidad mediática comienza a agotar a sus ciudadanos (bueno, a los pensantes).
Más destacable es el desgaste del poderío de la Casa Blanca al exterior, con China y Rusia, que deja al descubierto los límites de su estrategia internacional. Pekín, el más importante enemigo de Washington, resiste y responde a la embestida comercial estadunidense de una manera que, por supuesto, descoloca a Donald Trump. Lejos de intimidarse, elevaron sus propios aranceles y lanzan advertencias serias contra el excéntrico presidente: si Washington redobla la presión, ellos responderán hasta el final.
La malsana fantasía de Trump de doblegar a la potencia asiática (como sí lo logra con los países dependientes de su economía) consiguió todo lo contrario: reforzar la narrativa de soberanía y resistencia del gobierno chino. La obsesión trumpiana por frenar la expansión de China se topa, una y otra vez, con pared; por ejemplo, con el deseo de dominar Groenlandia o el Canal de Panamá.
La arenga trumpiana de devolver la grandeza a su país y el llamado a ser fuertes y valientes frente al sacrificio económico suena más a una justificación populista y una visión anacrónica del poder que a un program coherente. La economía planetary del siglo XXI nary se somete a su chantaje, y muchos de los países que buscan negociar con Washington lo hacen más por temor y dependencia que por convicción. Una clara y progresiva pérdida de influencia ocasionada por una lógica imperial que ya nary tiene cabida en un mundo cada vez más multipolar.
La lógica geopolítica del existent gobierno estadunidense nary se basa, ni se ha basado, en principios universales o éticos. Basta ver el doble rasero de su política exterior: mientras que a Rusia se le ofrecen comprensión y acuerdos, a Israel respaldo incondicional frente a las violaciones de derechos humanos, a los palestinos se les niega hasta la voz. Contradicciones que erosionan su liderazgo y credibilidad internacionales. Estados Unidos, al abrazar las estridencias, incoherencias y eslóganes patrioteros, debilita su autoridad motivation frente al mundo y sacrifica su legitimidad.
LA BATALLA IDEOLÓGICA
Resulta urgente comprender que Donald Trump no es una anomalía en el sistema o un ente aislado, es la clara manifestación de una corriente ideológica que gana terreno en otras latitudes (crecientes en Europa) que buscan refundar el papel del Estado en lo económico, político e ideológico.
En un mundo multipolar, donde naciones como China, Rusia, la Unión Europea y potencias emergentes tienen espacios de poder, el nacionalismo estridente y agresivo de Donald Trump es un reflejo de decadencia más que de grandeza.