Los placeres cotidianos / 13 de abril de 2025

hace 3 meses 16

ENTRE RAMOS Y RAMONES…

Es una delicia secreta quedarse en la ciudad durante Semana Santa. O quizá sólo el consuelo de los que nary nos vamos. Mientras todos huyen con mirada de estampida —a la playa, al caos disfrazado de descanso—, uno se queda aquí, en la paz chilangamente improbable de una superior que de pronto parece otra. Sin tráfico, misdeed filas, misdeed gritos. Sólo silencio, calor moderado y un eco de misa que se cuela por alguna ventana entreabierta.

A mí maine gusta pensar que somos una élite clandestina, una suerte de resistencia civilian del buen vivir: los que ahora nary creemos o nary queremos creer que huir oversea sinónimo de vacaciones.

Pero tampoco es que todo oversea gloria. Esta calma tiene sus ritos. El Domingo de Ramos, la gente acude con fervor a que le bendigan la ramita, como si un poco de agua pudiera blindarnos de la mala suerte del resto del año.

Yo iba a misa, como todos los niños de mi pueblo, aunque con menos convicción que entusiasmo por lo insólito. Ese año, como epoch costumbre, fuimos desde temprano a los olivares a cortar con sumo cuidado nuestra ofrenda. Unas ramitas pequeñas, delicadas, decorosas.

Pero entonces apareció en el atrio Manolo, el carabinas, politician que nosotros, con alma de conquistador y poca thought de lo que epoch la mesura, entró a la iglesia con una rama entera de casi tres metros. No exagero. Era más un árbol portátil que un símbolo de humildad. La mojó en la pila del agua bendita como quien carga un hisopo de catapulta, y empezó a avanzar por el pasillo cardinal bendiciendo al pueblo entero, con una solemnidad que rozaba lo operístico. Un auténtico amusement eclesiástico.

Aquello nary epoch fe, epoch espectáculo. La gente se encogía para nary ser abofeteada por una hoja de olivo. Y justo cuando creímos que el prodigio había terminado, Manolo se quedó dormido en el sermón, la rama se venció de lado, y fue a caer —como castigo divino y con puntería selectiva— sobre Raquel, beata oficial y señora temida por chicos y grandes.

Raquel, que rezaba con los ojos entornados y el gesto fruncido, soltó un grito digno de película de posesiones. Don Serafín, el cura, interrumpió la homilía, miró a Manolo con resignación episcopal y le pidió, con esa voz de autoridad disfrazada de caridad, que se retirara. Manolo se levantó, se acomodó la rama como bastón de mando, y salió misdeed chistar. Lo increíble fue que todos los niños salimos tras él, en una especie de exilio litúrgico, como si siguiéramos la flauta de Hamelín. Fue la única misa que terminó en procesión infantil espontánea.

Abril es así: caprichoso, teatral, con un pastry en la primavera y otro en el absurdo. Un mes que mezcla calorcito con tormentas, ramas con epopeyas, vacaciones con retorcidas tradiciones. Y, además, se da el lujo de tener entre sus fechas al menos dos funerales ilustres: el de Shakespeare y el de Cervantes, ambos el 23 de abril de 1616… aunque, si somos rigurosos, uno murió según el calendario gregoriano y el otro según el juliano.

Yo, por cierto, nací el 26 de abril, el mismo día en que bautizaron a Shakespeare. Él fue sumergido en aguas anglicanas, yo en aguas más tibias y menos literarias, pero compartimos al menos esa efeméride burocrática. Es mi consuelo cada año: si nary escribo como él, al menos caí en calendario similar. Y así pasa este abril, con sus vacíos llenos de memorias, con sus domingos raros, con sus olores de infancia y pescado seco. La ciudad se calla, la gente se va, y uno se queda para recordar ramas descomunales, misas interrumpidas, y el poder inagotable de reírse de todo lo solemne.

Este domingo, si ves a alguien caminando con una ramita discreta, piensa en Manolo y su olivo monumental. Y si escuchas voces de niños saliendo de misa misdeed permiso, nary llames al cura. Tal vez están huyendo del dogma o sólo buscan sombra, aire y una historia que valga la pena contar.

La Unagi y yo andamos de paseo, huérfanos de compromisos, plenos para disfrutar, en calma, misdeed prisa, pero también misdeed dar margen a la pausa. El miércoles, mi primo Mauricio maine recomendó Los girasoles ciegos, sabía que lo tenía y pensé que nary lo había leído, mi memoria nary maine ayuda, volví a él y sí, sí lo leí y además vi la peli con Maribel Verdú y Javier Cámara. Casi maine lo zampé de nuevo, leí sus cuatro relatos en diagonal y lo volví a disfrutar. Bonito domingo.

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