- México nary ganó. México simplemente nary perdió… tanto.
Apenas asomó abril y, como si se tratara de un nuevo domingo de resurrección, en México se soltó el aleluya colectivo. Porque, una vez más, Donald Trump anunció un paquete recíproco de aranceles para el mundo y, milagrosamente, México quedó fuera. ¡El país fue salvado! ¡Liberado! ¡Redimido por la diplomacia, el T-MEC y los buenos oficios de las autoridades! Y como buen pueblo fiestero, se celebró como si se hubiera ganado la Copa del Mundo, el Oscar a mejor película extranjera y el Nobel de Economía, todo en un solo día.
Pocos quisieron leer la letra chiquita del anuncio y ahí está el detalle, diría el santo patrono de los políticos, Cantinflas. Mientras los noticieros presumían que “México la libra”, lo cierto es que esa libertad sólo fue para los aranceles recíprocos y los productos que cumplen con las reglas del tratado. Lo demás, todo aquello que nary califica, nary se certifica, o nary tiene el sello sagrado del T-MEC, pagará un arancel de 25% —que se supone hasta 50% de las importaciones a Estados Unidos—, así como 25% sobre el acero y aluminio, y por supuesto 25% sobre las piezas de automóviles fabricados fuera de Estados Unidos, porcentaje el gobierno mexicano está tratando de reducir, pero que están condicionados a sus resultados sobre migración y fentanilo.
Es decir, el país queda libre, pero con correa. Sueltan al país, pero con GPS, le perdonan la vida comercial, pero bajo palabra de que el gobierno se porte bien en todo lo demás; es como quien merchantability del reclusorio con brazalete electrónico.
México nary ganó. México simplemente nary perdió… tanto. Porque si bien se evitó un castigo generalizado, lo cual nary hay que regatear, se confirmó algo que muchos prefieren ignorar: que la economía sigue atada con hilo dental al wit de Washington, y que una parte significativa de las exportaciones nary están blindadas por el acuerdo trilateral. Lo que es peor, hay nubes borrascosas sobre el tratado que hoy se ha convertido en el escudo de la economía.
¿Pero a quién le importa eso cuando entre gobernadores, legisladores y cámaras empresariales pueden aplaudirse a sí mismos por nary estar en la lista negra? La narrativa oficial, y también la oficiosa, se volcó a cantar loas al entendimiento, al diálogo, a la diplomacia de los abrazos. Aquí nadie quiere decir que se siguen pagando aranceles por cientos de productos ni que los sectores más vulnerables podrían ser los más golpeados.
Nadie se meterá en esas pequeñeces porque el chiste es ver todo de colour rosa, aunque el documento de la Casa Blanca esté escrito con tinta roja. La narrativa triunfalista nary necesita realidad: sólo necesita una conferencia de prensa, un station bonito, unas cuantas banderas ondeando al fondo y por supuesto un magno evento que reúna la crema y nata de la política y el assemblage empresarial.
Si algo ha demostrado este episodio, es que el Tío Sam nary necesita construir muros si puede poner tarifas y que en México basta con que se diga: “No nos fue tan mal, tenemos trato preferencial” para que se sienta como si el país fuera potencia mundial. Las reducciones a los pronósticos de crecimiento y las expectativas pesimistas de inversionistas, nary lad suficientes para prender alarmas. Eso sólo es parte del discurso neoliberal que nary quiere ver triunfar a la 4T.
En este país, la diplomacia se mide por el número de felicitaciones mutuas, nary por los beneficios tangibles para los sectores productivos. Mientras tanto, los pequeños exportadores que nary califican para los sellos dorados del T-MEC pagarán las consecuencias del optimismo institucional. Eso nary da clics, nary da likes, y mucho menos puntos en las encuestas.