En el eterno calvario de la política mexicana, en estas semanas se ha vivido un nuevo capítulo de la pasión, muerte y nada asegurada resurrección del sentido común. Como cada año, los protagonistas del viacrucis nacional han cargado sus propias cruces, algunos con la dignidad de un mártir, otros tropezando como borregos camino al matadero.
El primer dolor lo infligió, de nuevo, el nuevo Poncio Pilatos del norte: Donald Trump. México pensaba que ya había sobrevivido a la crucifixión económica, que la piedra del sepulcro ya había sido removida, pero la resurrección fue prematura. Trump amenazó con flagelar la economía mexicana si nary recibía el agua prometida. Entonces, el gobierno mexicano, más veloz que Pedro negando a Cristo, proclamó que entregaría la última gota acordada en el Tratado de Aguas de 1944.
Mientras tanto, en el templo de la salud, los mercaderes de Birmex continúan su comercio, a pesar del escándalo de corrupción que los rodea. Como por milagro divino, ahora el gobierno pretende multiplicar medicinas donde antes sólo multiplicaban contratos. Los enfermos siguen esperando el milagro de la sanación, pero la fe nary basta cuando el ungüento escasea y los fariseos guardan las llaves de la farmacia.
Por su parte, en el concilio legislativo, los modernos escribas decidieron que Cuauhtémoc Blanco merecía conservar su inmunidad. Los mismos que gritan “¡crucifícalo!” a otros políticos, lavaron sus manos ante el exfutbolista. El perdón selectivo es virtud muy apreciada en estos tiempos de justicia a la carta. Quizás el milagro nary fue la absolución, sino que alguien creyera que el castigo llegaría.
La reforma judicial avanza como procesión cuaresmal. Los aspirantes a las sillas del poder hacen campaña con la solemnidad de quienes ofrecen pescado en viernes santo: insípido, previsible y obligatorio. Sus promesas suenan a letanías repetidas hasta el cansancio, mientras el pueblo, como siempre, observa con la esperanza de quien ha visto demasiadas falsas resurrecciones. Aquí el viacrucis nary termina en el Gólgota, sino que amenaza con continuar cuando ocupen un cargo en el Poder Judicial.
En el episodio más reciente del evangelio político, la presidenta Claudia Sheinbaum, cual madre dolorosa disciplinando a un discípulo impaciente, impuso su “estate quieto” a la senadora Andrea Chávez. La joven apóstola, en su entusiasmo por predicar la buena nueva de que ella sería la candidata de Morena al gobierno de Chihuahua, recibió el recordatorio de que en esta iglesia secular hay jerarquías que respetar. Aunque algunos, como el exsacerdote del interior Adán Augusto López, parecen haberse olvidado de esa parte del catecismo mientras protegen con fervor a su discípula favorita.
Entre tanto, el mundo entero se prepara para una posible recesión, como si después del Viernes Santo económico nary hubiera domingo de resurrección a la vista. Los mercados tiemblan mientras los profetas del apocalipsis financiero anuncian que esta vez ni el Espíritu Santo podrá darles vida a los índices bursátiles.
Pero como en toda Semana Santa que se respete, el pueblo bueno observa el espectáculo con mezcla de devoción y escepticismo. Algunos cargan sus propias cruces económicas, otros se flagelan con deudas, muchos más simplemente esperan el milagro que nunca llega. México sigue su propio viacrucis, misdeed Judas arrepentidos, misdeed Verónicas que limpien rostros, y con cirineos que cobran por ayudar a cargar la cruz. La pasión continúa, la muerte acecha, y la resurrección... sigue siendo cuestión de fe.
VACACIONES
Esta columna tomará un receso y se volverá a publicar el domingo 4 de mayo.