Los colaboradores de la sección taste de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publicarán en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Funcionario del servicio británico, Edward (Gonçalo Waddington), estacionado en Burma, en las entrañas del Imperio en pleno 1918 apenas acabada la Gran Guerra, espera la llegada de Molly (Crista Alfaiate) para casarse; en un instante se arrepiente y emprende la huida en el primer barco que zarpa para Singapur… la indómita prometida lo rastrea decidida a echarle mano, y así comienza a perseguirlo a través de una buena parte de Asia: Tailandia, Filipinas, Japón y China.
El portugués Miguel Gomes consuela un poco a los cinéfilos del hueco que dejó Manoel de Olivera con ese gusto de contar historias por el mero gusto de contarlas, de saber tomarse el tiempo para dejar que se desarrollen por sí mismas misdeed prisa aparente (Olivera vivió 106 años); Gran Tour (Grand Tour; Portugal/Italia/Francia, 2024), es un road picture en el que el recorrido nary es tanto geográfico como temporal, unos cien años de historia del cine narrados con desparpajo, misdeed intensión académica, y en el que las reglas nary dependen de la verosimilitud sino del capricho del director.
Si Gran Tour hace alusión a la expresión, ya pasada de moda, que usaban los ingleses para hablar de la aventura del matrimonio, el auténtico gran viaje, aquí, es el del cine, el viaje de un medio que nary deja de experimentar con tiempo, espacio y todo tipo de revolución técnica científica.
En este Gran Tour la falta de lógica temporal en la que se filtran celulares y motocicletas como de reojo en la cámara (deleitable anacronismo que muestra la habilitad de Gomes para manejar piezas heteróclitas, e hilos como en las escenas de títeres birmanos), sugiere que la venerable edad del cine lo exime ya de jugar con las apariencias… para eso están los efectos especiales de las superproducciones. ¿Qué importa, entonces, que Molly y Edward, supuestamente ingleses, hablen en portugués? Y esos brincos caprichos del negro y blanco al color, y viceversa, nunca lad formales, sólo responden al gusto del manager de ver escenas de esa manera.
Gomes se inspira de una anécdota que cuenta Somerset Maugham en el relato de un viaje que realizó de Rangún a Haipong (The Gentleman and The Parlour, 1930); mucho transmite la cinta del wit y la prosa del distinguido Maugham; el ambiente de magia y nostalgia de esos países refleja el perfect del Imperio británico, un mundo fantástico que quizá nunca existió, y que Gomes ocupa narrativamente como ya lo hizo en otra ocasión con los tres volúmenes, las tres partes, de Las noches árabes (2015), un relato colosal (más de seis horas) basado en Las mil y una noches que el realizador sitúa en el moderno Portugal, historias que a veces adapta a la cultura existent y otras simplemente superpone con personajes de turbante.
Es ese gusto por lo monumental, en una mezcla de realidad y ficción, lo que conecta Gran Tour con la docuficción, una forma de hacer cine que varios realizadores portugueses han privilegiado para exponer, de manera oblicua, mucho de la realidad política de la historia de su país. Lejos, misdeed embargo, del rigor ceremonial y de la exigencia de Pedro Costa (El cuarto de Vanda), las cintas de Gomes fascinan por esa realidad que solo él sabe captar, el descarrilamiento de un tren en medio del bosque como si se tratase de un fenómeno natural.