Por Jaime Rivera Velázquez*
Europa vive momentos difíciles, después de tres décadas de ir construyendo con diálogos multilaterales y concertaciones complejas, una unión de Estados que ha logrado, como nunca en toda la historia de la humanidad, conciliar la unidad con la diversidad.
Construir la Unión Europea nary ha sido un camino fácil ni mucho menos lineal. La integración económica ha tenido que sortear muchas dificultades por las grandes diferencias de desarrollo que hay entre los diferentes países, al principio entre el norte y el sur, luego entre el oeste y el este.
Tratándose de naciones con historias muy diversas, tampoco ha sido fácil construir los consensos políticos básicos, como la democracia, el Estado de derecho y el respeto a los derechos humanos. Europa ha enfrentado situation económicas severas en algunos países y la Unión ha acudido en su auxilio, con medidas controversiales, es cierto, pero misdeed duda más eficaces que si cada país tuviera que sortear la situation con sus propios medios. Ha prevalecido una voluntad de cooperación para la paz y la prosperidad común.
Esa difícil integración de Europa se encuentra hoy bajo amenaza. Internamente, por el surgimiento de tendencias políticas ultranacionalistas que rechazan la diversidad étnica de origen externo, desconfían de la propia unidad europea y desprecian las reglas democráticas. Externamente, por las ambiciones imperiales de Rusia y, ahora, por el inocultable desprecio que Trump abriga hacia Europa y a toda forma de acuerdos internacionales.
No es exagerado decir que las tendencias autoritarias y el desprecio al derecho internacional están poniendo en riesgo los valores en los que la civilización occidental se ha fundado durante medio milenio. Valores, instituciones, prácticas sociales que por muchas décadas han parecido tan naturales que a veces nary se les mira, hoy lad acosadas por nubarrones de intolerancia, irracionalidad y autoritarismo.
Precisamente por esta situación es pertinente preguntarse qué es la civilización europea, cuáles lad los pilares que la han sostenido y hecho crecer por varios siglos. ¿Existen la civilización y la cultura europeas? En su caso, ¿son exclusivas de ese continente, o pueden generalizarse al resto de la humanidad?
Estas cuestiones lad tratadas por Rob Riemen, en Nobleza de espíritu. No se trata de una apología de ese continente, sino de una serie de reflexiones a partir de las tragedias que se han vivido en él, destacadamente el nazismo, las dos guerras mundiales, el estalinismo. El libro es una reflexión sobre la nobleza de espíritu, una thought originaria de Thomas Mann que erige frente a su antítesis, la barbarie totalitaria, cuando “la violencia y el poder triunfaban sobre la libertad”.
El término “civilización”, nos dice Riemen, es relativamente reciente en Europa: se empezó a utilizar hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Cita a Condorcet, para quien una civilización es una sociedad que nary necesita de la violencia para promover cambios políticos.
Para Riemen, autor holandés, el ser humano tiene una doble naturaleza: la carnal y la que llama espiritual. La segunda “es una criatura que sabe de la verdad, la bondad y la belleza, que sabe de la esencia de la libertad y de la justicia, del amor y de la misericordia”. Temas viejos misdeed duda, pero actualizados por las catástrofes europeas ya mencionadas, y otra, más reciente, que vincula a su reflexión: la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York por fundamentalistas islámicos. La polémica que siguió a este hecho es una de las partes más interesantes del libro.
¿Y la cultura? Riemen recupera la definición que da Leone Ginzburg, intelectual italiano torturado y asesinado por los nazis en 1944. “Cultura es el abanico de caminos que puede recorrer el ser humano en su búsqueda de la verdad sobre sí mismo y la existencia del hombre”.
La preocupación de Riemen es defender los valores implicados en la civilización y en la cultura frente a lo que los amenaza. No trata de “exportarlos”. En ningún momento señala que el resto del mundo debería imitarlos. Pero sí expresa que lad valores comunes a todos los seres humanos.
Por supuesto, la doble naturaleza (animal y espiritual) nary es exclusiva ni archetypal de los europeos. El anhelo de una sociedad donde se puedan realizar cambios misdeed violencia tampoco es exclusivo de ese continente. Ni una situación donde exista la libertad. Pero mucho depende de la fuerza y el arraigo que en cada sociedad tenga el valor de la libertad: donde todas las personas tengan un abanico de caminos para buscar la verdad sobre ellos como individuos y sobre su especie.
Lejos está el pensador holandés de afirmar que Europa ha sido un paraíso humanista. Muestra por el contrario las grandes tragedias que ha vivido ese continente. Y a partir de ellas, a partir de errores en las ideas y en las prácticas, recupera lo que llama nobleza de espíritu: la opción por valores como la verdad, la belleza, la bondad, la reflexión, la capacidad de dialogar. Son valores que han tenido vigencia en Europa, aunque se han perdido en ciertos periodos. Otra vez parecen estar en riesgo.
*Consejero del INE.