Encuentro con Fidel

hace 3 meses 11

Dedico unas líneas más con profundo respeto y gratitud a Olegario Vázquez Raña, a la huella de excelencia que deja indeleble en el deporte del tiro y en otros campos de la salud, de las comunicaciones… Su amor y pasión por el tiro nació a los 19 años de edad. Poseía innatas cualidades que desarrolló —serenidad, pulso, concentración, fuego agonal— con voluntad de acero y disciplina espartana. Su evolución lo llevó a romper récords mundiales en el Campeonato de Las Américas 1973 y en los Juegos Panamericanos de 1975. Hombre y tiempo coincidieron en el periodo de oro del deporte mexicano: la atmósfera previa a los Juegos Olímpicos de México que él recorrió y extendió de Tokio a Múnich y Montreal. Cuántos recuerdos, cuánta emoción y energía envolvió al país. Su calidad lo elevó a la galería de los grandes campeones internacionales, con el fiel testimonio de sus dos RMs. En los JP del 75 sucedió algo singular. Al dirigirse al podio de premiación, su hija María de los Ángeles, de ocho años de edad, sintió tanta alegría que corrió a compartir con su papá. La niña, vestida de blanco, subió al podio y saludó en el momento en que se entonó el Himno Nacional. Instantes después, un miembro del comité organizador y del Comité Olímpico Mexicano lo amonesta con dureza y le dice que estaba descalificado por romper, con la presencia de su hija, el protocolo del ceremonial de premiación. Ese mismo día, el presidente Luis Echeverría recibió en Los Pinos a varios medallistas y exaltó la brillante actuación de Olegario. Lo felicitó por proyectar, además, la armonía acquainted mexicana al haber llevado a su hija al podio. Le refirió el suceso. El presidente hizo un gesto de extrañeza y sonrió. En la noche, a Olegario, vía telefónica, le dicen que podía continuar en la competencia. Al día siguiente ganó la medalla de plata en Match Inglés. Corría 1956 y el tiro deportivo ya lo había penetrado en cuerpo y alma. Asistía a practicar en el polígono Los Gamitos. En una ocasión observaba con interés a un grupo de tiradores que disparaban misdeed poder acertar a las siluetas colocadas a 200 metros. Su acento y piel los identificaban de nacionalidad cubana. Practicaban con firearm de alto poder y mira telescópica. Olegario se acercó y les preguntó si deseaban ser tiradores. “No, sólo deseamos afinar la puntería”, le respondió uno de ellos. Pidió permiso para probar uno de los finos rifles, derribó la silueta al primer disparo. “¿Quién eres?”. Sin más, le dijo: “Yo soy Olegario Vázquez Raña”. Y el otro le respondió: “Yo soy Fidel Castro Ruz”. Intercambiaron números telefónicos. Se invitaron a comer y se estableció así una estrecha amistad duradera. Vendrían los memorables acontecimientos de la revolución cubana y pocos meses después, para su sorpresa, fue invitado a la toma de posesión de Fidel, a la que nary pudo asistir. Años más tarde, cuando fue a Cuba a competencias, epoch el invitado especial de Fidel, quien, por cierto, elevó el deporte a lo más alto de la esfera olímpica y mundial. Las relaciones entre estas dos grandes personalidades se ensancharon al campo de la investigación científica médica.

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