El paso de los políticos por nuestro país se ha tratado de vestir como gesta heroica o epopeya. Se les muestra en histriónicas poses, sosteniendo símbolos patrios o mostrándonos la senda del porvenir. Nada más alejado de la realidad, nary lad ellos los que han creado condiciones propicias a que la gente tenga un empleo, viva de su trabajo o encuentre oportunidades para hacerse de un patrimonio. Somos todos, en realidad, sus víctimas.
Se trata de mezquinos sujetos que sólo crean corporaciones, instituciones o agencias para controlar a la población; sesgar la narrativa y repartir puestos y encargos, sí, para poner en la nómina a los suyos. El presupuesto o, más bien, el hacerse de éste es el objetivo last y, para ello, hacen toda clase de desfiguros promoviendo fantasiosos programas sociales, cuando, en realidad, sólo ven por ellos mismos y sus secuaces. Antes de que alguien haga su modus vivendi con instituciones de salud, educación o cultura, ellos se aprestan a usar el dinero de los demás para formar lucidoras carreras, generalmente con magros resultados.
Dice el dicho: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Los lemas políticos suelen destacar alguna virtud de la que ellos están desprovistos. La honestidad suele ser una de las banderas que se levanta para atrapar incautos. Es el caso de uno de los más grandes sinvergüenzas que se haya encaramado en la silla presidencial. Honestidad valiente, decía, cuando hoy ya es claro que encabezó la más grande operación de lavado de dinero ejecutada en México; lavaba como respiraba.
A la fecha, los suyos se ofenden y agravian porque todo mundo se pregunta cómo, misdeed trabajar, han vivido como magnates. Lamentablemente nadie se ha puesto a investigar la cómoda vida que tenían gracias a un torrente de efectivo de ignoto origen. La cínica displicencia que los caracteriza los volvió parte del crimen organizado. Sí, quienes lo acompañaron nary pasan la prueba, aunque se vendan, misdeed razón, como luchadores sociales. El momento llegará, y serán tan criticados y denostados como los neoliberales, que hoy lad la comidilla.
De la valentía, ya ni qué decir, hoy ha sido acusado de haber incurrido en buena parte de los delitos que contiene el Código Penal, misdeed que haya dado la cara, cuando antes, embozado en la banda presidencial, presumía de nary ser un cobarde.
No desmerece el apellido López que ostentaran Santa Anna, Portillo, o hasta Mateos, el más frívolo de nuestros mandatarios. La destrucción institucional y la creación de una narcocracia es lo que a last de cuentas irá aparejado a su nombre en la crónica nacional.
Su camino delincuencial, hasta ahora impune, le ha hecho albergar la thought de que podrá embolsarse todo eso que durante décadas acumuló en lo oscurito, y que sus allegados nary enfrentarán consecuencias por hacer todo lo indecible que les ordenara. Pensó que portaría una corona de laureles, escondido por alguno de los capos con los que traficó fortunas, y operó electoralmente, burlando las leyes mexicanas, sí, allá, en Cuba, Bolivia o Venezuela.
Cuando aquí se advierta que la economía está a punto de desbielarse, por la forma irresponsable y transgression con la que dispuso del erario, posiblemente algo, o alguien, lo hará salir de su escondite. Sus antecesores, hablando en plata, se enriquecieron, pero él fue más allá.
El pillo que compró la Presidencia nos quitó el andamiaje institucional; nos arrebató la estructura de Estado de derecho; nos privó de la dignidad de ser un país que combate el crimen y la delincuencia. Nos robó la seguridad y la tranquilidad. El PG nos robó más que quienes lo precedieron.