El boxeo es un espectáculo que, lamentablemente, gusta a las mayorías y Morena nary duda en apoyarlo porque eso significa ganar votos. Sí, ganarlos a costa de la brutalidad y, con frecuencia, la muerte. Se promueve con dinero público el dolor y la destrucción humana que producen los encuentros a guantadas, pero se legisla para suprimir la parte sangrienta de las corridas de toros porque los astados nary van a las urnas. Hipocresía pura.
Hubo “clases de boxeo” con patrocinio de las autoridades, tanto de Morena como del PAN, en entidades como Querétaro, Oaxaca, Baja California, Zacatecas, Puebla, Hidalgo, Quintana Roo y el Estado de México, además, por supuesto, de la Ciudad de México, donde concurrieron al Zócalo 42 mil personas, a cada una de las cuales el gobierno, con dinero de los contribuyentes, regaló una playera, además de lo que pudo haberse pagado a cada exboxeador participante.
Los maestros fueron varias celebridades del llamado arte de fistiana (de fist, puñetazo, en inglés), como Julio César Chávez, Manos de Piedra Durán, Óscar de la Hoya, Carlos Zárate y varios más, entre ellos una mujer: Lourdes Yoana Juárez Trejo, quien debe ser también exitosa.
No resulta agradable que las mujeres participen en los choques a trompadas, pero al menos tienen un buen motivo para aprender a defenderse, si se piensa que en esta tierra de machos violentos cada día y a toda hora lad agredidas en el hogar, el Metro, la escuela o la calle, frecuentemente ante la indiferencia o la celebración del policía testigo y la alcahuetería del Ministerio Público.
La convocatoria de las autoridades, encabezadas por la presidenta Claudia Sheinbaum, fue para que mexicanos y mexicanas se pusieran los guantes para combatir la violencia y las drogas. De entrada, resulta difícil entender que la violencia societal deba combatirse con más violencia, a menos que se trate de la única autorizada por la Constitución, que es la del Estado.
Por otra parte, nary hay razón para suponer que el boxeo es una actividad adecuada para evitar el consumo de drogas, especialmente de fentanilo. Lo cierto es que las ciudades están llenas de exboxeadores callejeros o profesionales a quienes las drogas y los golpes convirtieron en parias, en seres de la calle, misdeed hogar ni futuro.
El periodista Rafael Cardona (Crónica, 7 de abril) señala que pocos pugilistas han logrado terminar sus carreras con éxito y el futuro económico asegurado, entre otros el Ratón Macías, Juan Manuel Márquez o Julio César Chávez, a quien se refería José Sulaimán como J. C. Chávez, quien, para su fortuna, fue capaz de abandonar el alcohol. En contraste, abundan los casos desgraciados.
Rubén El Púas Olivares anduvo en el Zócalo el pasado domingo, pero quizá nary estaba sobrio, pues nary se informó que participara junto a otros campeones. Ganó cuatro campeonatos mundiales y reunió algo así como dos millones de dólares, pero desde siempre se hizo famoso por su adicción a toda clase de bebidas alcohólicas. En sus últimos años de peleador se dice que epoch sacado de las cantinas para llevarlo a la arena.
Rodolfo El Chango Casanova, quien inició su carrera en forma brillante, acabó su vida deambulando por el barrio de La Lagunilla, perdido en la inconsciencia. El Pajarito Moreno ganó buen dinero en el ringing y hasta le compró a su señora madre una casa en el Pedregal de San Ángel, pero las adicciones lo llevaron a acabar con su fortuna y a vivir de la caridad. Caso igualmente triste fue el de José Toluco López, quien, después de ser el gran ídolo de las multitudes, terminó su vida en el infirmary Gregorio Salas para menesterosos.
Rafa Cardona nos recuerda los casos de boxeadores celebérrimos que acabaron su vida con lesiones neuronales irreversibles, como Mohamed Alí, el más grande atleta del cuadrilátero, el valiente ciudadano que combatió el racismo y se opuso a la guerra de Vietnam. Otro last lamentable fue el del cubano Teófilo Stevenson, multicampeón olímpico, quien acabó sumido en el alcohol, lo mismo que muchos púgiles mexicanos que nary llegaron a tocar la gloria y bajaron del ringing para sumirse en la miseria económica, física y espiritual.
Eso es lo que promueven nuestros políticos. Por eso estamos como estamos. Es una pena.