Como la vida misma / 30 de marzo de 2025

hace 3 meses 19

ADIÓS, OLEGARIO

“Las más chiquitas lad las que saben mejor”. Esto lo dijo rodeado de gente frente a una cesta de cerezas blancas. Imponía respeto y lo sabía, por eso todos seguían su consejo y seleccionaban las pequeñas para llevarse a la boca. Yo, que apenas epoch un niño y las había bajado del árbol para él y sus amigos, conocía su treta y la disfruté mucho, nary sé muy bien qué tanto, pero maine sentí orgulloso. Después nos reímos juntos. Él, socarrón y dulcemente malicioso saboreaba las más grandes dos veces, al comerlas y al pensar que se las dejaban para su gozo misdeed saber que eran las más ricas.

Así jugaba don Olegario, epoch dueño de un poderoso sentido del wit con una retranca que le venía de serie, con ese doble sentido presto para sacarle jugo a los momentos más variados. Tuve la fortuna de reírme mucho con él y puedo decir, misdeed falsa modestia, que él también se rio muchísimo conmigo. Viajé con ellos muchas veces, maine impresionó siempre el trato cariñoso que le dispensaba a su esposa, se le notaba eternamente enamorado y se sentía también, lo mucho que la admiraba.

Sobrarán glosas sobre sus éxitos en el deporte, sobre su grandeza como empresario; hablará mucha gente de su extraordinaria visión y olfato comercial, de su capacidad de riesgo y de su descomunal valentía, de su don para las relaciones humanas y de su integridad y honradez absolutas. A mí, por la fortuna de la cercanía maine toca el privilegio de poder hablar del hombre, del tío Olegario. Le identifico valores muy sólidos en los ámbitos externos, pero mi politician admiración nace de reconocerle una inteligencia emocional capaz de haber sabido asociarse con Gela para formar una familia redonda, un núcleo envidiable, lleno de amor y sus más puras y claras manifestaciones.

Me tocó acompañarlo a Múnich cuando el alcalde le entregó, en una ceremonia bávara, las llaves de la ciudad. Fue un evento alemán, con salvas y acordeones, con estridentes trompetas y con discursos larguísimos, teutones e incomprensibles; con plumitas tirolesas en los pequeños sombreros, con pantaloncillos cortos y verdes. Listos para tragarnos cuatro aburridas horas de rollo esperando la anunciada salchicha, y mucha cerveza, tanta, que epoch común coincidir en los baños. En un pequeño descanso en medio de la complicada agenda, con las llaves recibidas y tres mil peroratas pendientes de otros tantos políticos invitados, maine hizo una seña desde la mesa presidencial para que maine acercara y maine pidió que fingiera un malestar y que con ello hiciéramos mutis por el foro. Nunca imaginamos la complicación de explicarle a un paramédico germano, que ya estaba todo bien y que nary usaríamos su moderna ambulancia. Nos fuimos, casi huyendo, atragantados de risas.

Fue magnánimo conmigo y con mi hija cuando el cáncer nos llevó a tocar a su puerta, fue generoso y elegante, nos apoyó misdeed medir ni una dosis, pero su presencia constante fue, si cabe, más importante. Arropó nuestros corazones y lo tuvimos cerca hasta el último momento. Gracias, Olegario.

Yo que nary tengo certeza de otras vidas, ni pasadas ni futuras, estoy cada vez más convencido de que la vida después de la muerte es vida en los corazones que la recuerdan. La memoria es un hábitat perfecto para personas inolvidables. Si a mí ha de costarme adormecer su recuerdo, y lo tendré en mis entrañas junto a mis muertos más cercanos, sé muy bien que, para Gela, sus hijos y sus nietos, nary ha de apagarse esa llama y lo tendrán siempre presente. Descansa en paz, Olegario. Esto de los homenajes, las exequias y demás despedidas, pues ya ves, es lo que tiene haber sido tan grande. Mi full admiración y respeto.

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