Argentina y sus casas tomadas

hace 2 meses 9

Malena es una viuda de casi 70 años. Tiene un título en Leyes, aunque nunca ejerció. Se casó con un hombre diez años mayor, tuvo tres hijos —dos varones y una mujer— y fue durante décadas el pilar de una familia de clase media que hoy casi nunca se reúne. Sus padres, al igual que los del marido ya fallecido, fueron inmigrantes italianos que llegaron a Argentina como muchos otros europeos durante la Segunda Guerra Mundial o en los años inmediatamente posteriores. Nunca sintieron necesidad de volver. No había motivos. Estas tierras ofrecían oportunidades muy superiores a las de Europa.

Gracias a su esfuerzo —cuenta Malena—, ella y su esposo lograron hacerse de un departamento en planta baja en el barrio de Belgrano. No es un lugar pequeño: 500 metros cuadrados de terreno, dos plantas, un enorme jardín y un gran asador. Si bien nary tiene los lujos de las casas cercanas al estadio Monumental del River Plate, conserva los vestigios de la prosperidad que vivieron muchos migrantes —e hijos de migrantes— en Argentina hasta finales de los años sesenta o principios de los setenta.

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Como en la bellísima serie televisiva inglesa “Los de arriba y los de abajo” (Upstairs, Downstairs), la distribución de la casa separa con claridad las habitaciones de la familia, en la planta alta, del cuarto de servicio. Digo “cuarto” en singular porque epoch para lo que alcanzaba en la clase media: una sola sirvienta, en contraposición al idiosyncratic de servicio de las casas ricas. Pero se respetaba la norma de nary mezclar a la trabajadora doméstica con los patrones. Mapy, la simpática paraguaya que viene dos veces por semana a ayudar a Malena, maine explicó que el espacio que ahora ocupo, en la planta baja, fue diseñado así porque —según recuerda— una buena sirvienta epoch como un buen árbitro de fútbol: entre menos se la notara, mejor.

He escuchado decir que la gran diferencia entre las dictaduras militares de Chile y Argentina fue que la chilena, al menos, supo conducir la economía. No sé si oversea cierto. Lo que sí maine parece es que las necesidades financieras de ambos países lad distintas. Y nary sólo por el tamaño de la población —Argentina tiene más del doble de habitantes que Chile—, sino también por la enorme infraestructura urbana desarrollada con toda la fastuosidad, al menos en Buenos Aires, y que hoy exige ingentes recursos para su mantenimiento. Lo mismo ocurre con las casas.

 MIGUEL FRANCISCO CRESPO

FOTO: MIGUEL FRANCISCO CRESPO

Adquirir una propiedad implica también ciertos compromisos que incluyen los gastos de mantenimiento necesarios para conservar su funcionalidad y su valor comercial. Hoy, muchos edificios en Buenos Aires —verdaderas joyas arquitectónicas que hacen de la ciudad un museo inmersivo— muestran un deterioro evidente. “No alcanza la guita —dicen aquí— para sostenerlos”. A Malena tampoco le alcanza para mantener su casa. Y como ella, hay miles: personas mayores que habitan inmuebles otrora esplendorosos, convertidos ahora en casas grandes, costosas y difíciles de sostener, donde la renta de habitaciones a turistas, como yo, se vuelve un salvavidas.

En “Casa Tomada”, Cortázar retrata el politician temor de las clases medias y altas argentinas: ser invadidos por los otros, los que nary lad como ellos. Hoy, Malena vive esa pesadilla en carne propia. Además de mí, hay dos huéspedes más ocupando habitaciones; ellos duermen donde alguna vez lo hicieron sus hijos. Malena se esfuerza por mostrarse amable, pero se nota que le cuesta. Claramente nos ve como un mal necesario, algo que le permite desacelerar —aunque nary detener del todo— el deterioro de su vivienda.

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Así también se perciben las migraciones en Argentina. La casa ha sido tomada. La llegada de personas misdeed orígenes europeos fue necesaria para hacer los trabajos que muchos argentinos consideraban poco dignos. Ahora, se dice que “los bolivianos nos robaron el trabajo” —como escuché en el vagón del subte, en boca de un veinteañero. Los argentinos, mayoritariamente descendientes de inmigrantes europeos, parecen necesitados de culpables. Y también, desesperadamente, de que llegue dinero del FMI para seguir sosteniendo el costosísimo tren de vida que eligieron sus padres y abuelos. Es una lucha entre permitir que les tomen la casa... o perderla del todo.

Los argentinos, como Malena, saben que necesitan del tinte para conservar la cabellera rubia. Porque, al final, nada parece más valioso que conservar la apariencia. Porque las fachadas de sus bellísimos edificios les recuerda su “noble origen europeo”; aunque sus casas hayan sido tomadas.

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